Un día un obediente y trabajador número descubrió los terribles secretos que escondían sus dioses... y así fue como empezó la revolución.



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Apuntes

"Era lo mismo y no lo era; los números de víctimas irían a subir de la misma forma, aunque ahora más lentamente y produciendo más dividendos, pues la venta de la mejor ciencia con tecnología de punta andaba de viento en popa.
Una guerra lenta y con armas "limpias", que hacía que los números de algunas cuentas bancarias subieran silenciosa y continuamente y que una mayor cifra de compradores, vendedores y fabricantes (legales o ilegales, sólo una “i” los diferencia) se interesaran por los nuevos y fecundos inventos. Así tenían que ser los números: de provecho, de progreso y de ganancia.
La macroeconomía, un concepto que sólo entendían unos cuantos y que sólo pocos podían controlar, crecía abultadamente en algunos países, aunque la pobreza creciera también, haciéndole la competencia. Millones de hombres sin preparación igualaban en cantidades las mismas cifras de las cuentas millonarias de unos pocos que sí podían contar... y con los que definitivamente no se podía contar.
Los llamados sabios, por comodidad y prestigio, tampoco se atrevían a mencionar demasiado. En el otro lado del planeta, el silencio de muchos, a pesar de las protestas, seguía siendo sepulcral, y al mismo tiempo, el sepulcro del otro lado se hacía más hondo. Todos lo sabían, pero era mejor hacerse el tonto... y programar los mejores cálculos para lograr que la "guerra noble", como ahora la llamaban por sus altos ideales, diera sus frutos tanto científicos como económicos. Y por qué no agregar, espirituales. Por la Gloria y Progreso de todos, y quién sabía qué más.
Millones y billones, lo que son miles de veces miles, cientos de miles de veces miles y multiplicado por miles y miles más, habían pasado a ser el vocabulario de costumbre. Víctimas, refugiados, inversiones, deudas; todos hablaban de "un millón" como si tal cosa, como si el mundo de los números hubiera dado una vuelta completa en la Historia, reemplazando un simple "uno" por esa enorme cantidad.
Ganar uno, dos, tres, diez o cien ya no bastaba. Había que ganar millones, dejar morir a millones... para seguir ganando millones.
Todo se volvió números, astronómicas constelaciones de cifras. Y aunque el cielo y el universo microscópico hubieran estado siempre repletos de enormes cantidades, ese no había sido nunca el problema, pues las maravillas que existieran allí, se podían medir y calcular con amor y paciencia.  Era aquí, en este mundo, que esos "millones" se usaran para medir otras cosas ajenas y lejanas a las maravillas de la Creación. Y los creadores de aquellas cifras, embriagados del imaginario poder que ellas les daban, habían terminado por convertir todo ese conocimiento en un verdadero desastre.

Sí: la Edad de Fuego, ocurrida en una época en la que los primeros humanos habían aprendido a sentarse cómodamente a la luz de las estrellas para intentar con­tarlas y alumbrar los orígenes de un mundo imaginario que los ayudara en la titánica tarea de comprender por qué y para qué había sido erigido todo, había regresado. Pero ya no para resplandecer e iluminar las mentes, sino para enceguecerlas, desga­jando lo último que quedara de aquellos que sobraran por millones, quienes se apagaban como estrellas traga­das por un gigantesco vórtice salido de un universo ate­rrador, fantástico, y lejano."

Explosiones nucleares a través de la Historia, por Isao Hashimoto